por Daniel Loewe, Profesor de Escuela de Gobierno de Universidad Adolfo Ibáñez

La Pontificia Universidad Católica (PUC) organiza un seminario que promueve la reconversión de homosexuales en heterosexuales. Un diputado de la república habría afirmado en la comisión de defensa que si el ejército acepta homosexuales “Perú y Bolivia nos volarán la raja”. Luego, corrigiendo el aspecto soez de sus dichos, afirmó que lo que sucedería es que “corremos el riesgo de ser invadidos por cualquier país”.  En Ancud, un joven transexual es golpeado por una pandilla con objetos contundentes en la cara, provocando fracturas faciales y nasales, además de la pérdida de casi todos los dientes y quizás de parte del labio superior. Todo esto ha sucedido en las últimas semanas. ¿Tienen estos casos algo en común?

Sí. En modos distintos ellos expresan los profundos prejuicios que existen y persisten en nuestra sociedad hacia la homosexualidad. Y al hacerlo, desaventajan, denigran y hieren. Vamos por parte.

Las terapias de reconversión se basan en la idea de que la heterosexualidad constituye el canon de lo que debe ser. No es extraño que la sede del seminario sea la PUC. Esta idea encuentra argumentos en esta tradición. Desde mediados de los setenta, el entendimiento en el catolicismo es que si la homosexualidad es un estado más allá de la elección personal, no es moralmente incorrecta. Lo incorrecto es participar en actos homogenitales. Como el Vaticano insiste, esto se debería a que la procreación es parte esencial de la naturaleza de la sexualidad humana. Más allá de la apelación a las escrituras y a la tradición (que son debatibles), sería ley natural. Es decir, pertenecería al orden de la creación. Por tanto, todo acto sexual debe estar abierto a la posibilidad de la concepción. Por la misma razón la iglesia católica tiene tantos problemas con la masturbación y los anticonceptivos.

Pero este argumento basado en la naturaleza de la sexualidad humana es irrelevante. Si usted es católico y reconoce la autoridad pontificia, entonces dispone de un argumento de autoridad para aceptarlo. Pero si usted no lo es, o si usted lo es, pero reconoce la autoaceptación como un momento de gracia, no tiene porqué tomarlo en serio. La naturaleza de la sexualidad humana es debatible. Si bien la procreación es un aspecto, también lo son otros, como el deseo erótico y el placer, pero también aspectos que no requieren necesariamente del encuentro genital, como el amor, el cuidado y el compartir. De hecho, la iglesia tiene que reconocer alguno de estos aspectos si es que está dispuesta, como lo está, a casar a parejas estériles o en edad no fértil.

El horror agustiniano a la sexualidad homosexual cala hondo en la iglesia. Si usted es gay, entonces tiene que abstenerse. O, como nos indica el seminario, reconvertirse.

Pero esto es absurdo. Nuestra orientación o condición sexual refiere a causas biológicas, sociales y psicológicas efectivas en la infancia que se consolidan en la adolescencia, pasando a constituir parte de la personalidad. Las terapias de reconversión se basan en condicionamientos dolorosos, basados en la lógica del premio y el castigo, éticamente criticables. Han sido rechazadas por la Asociación Americana de Psiquiatría (AAP) por generar suicidios, traumas, adicción a drogas, y baja autoestima, además de la falta de antecedentes científicos acerca de su eficacia. Por el contrario, está comprobado que la autoaceptación va de la mano de una mayor autoestima, mayores índices de felicidad, salud y establecimiento de relaciones interpersonales.

Dejando de lado la homofobia como posible causa de las declaraciones del diputado Urrutia (un político UDI mediocre y desconocido, cuya mayor intervención en el parlamento ha consistido en interrumpir con insultos el minuto de silencio en el homenaje a Allende), la mejor lectura que se puede hacer de éstas es que la homosexualidad perjudicaría la ejecución de las labores propias de un buen soldado y, al hacerlo, pondría en peligro la eficacia de la institución en el cumplimiento de sus objetivos.

Nuevamente: absurdo. El honorable tendría que explicar de un modo convincente porqué la homosexualidad impediría que un individuo ame a su patria y esté dispuesto a dar su vida por ella. O tendría que explicar porqué en esta tarea un homosexual no sería tan eficiente como un heterosexual. ¿Qué teoría sostiene el diputado? ¿Son homosexuales, en cuanto clase de individuos, menos valientes o menos capaces? Menuda tarea la del diputado.

La experiencia comparada muestra otra cosa. No es necesario referirse al Sagrado Grupo de Tebas 375 años antes de Cristo. Un grupo de élite militar compuesto por hombres homosexuales en base a la hipótesis, que demostró ser correcta, de que su amor por los otros proveería incentivos para la victoria. O a los guerreros espartanos, cuyo formidable temple se suele explicar por las relaciones homosexuales entre ellos. Tampoco es necesario mencionar a los muchos famosos guerreros y emperadores homosexuales que pululan en las páginas de nuestros libros (Alejandro Magno, Adriano, Julio Cesar, Ricardo Corazón de León, Saladin, Federico el Grande, etc.) Una prueba empírica más cercana de que el honorable debe ahondar en sus estudios acerca de la relación entre homosexualidad y virtudes guerreras nos la da el ejército de Israel, que no tiene problema alguno con la orientación sexual de sus miembros y tampoco con que se haga pública. De éste se puede decir mucho, pero ciertamente no que sea ineficiente e inefectivo.

Ya en 1973 la AAP dejó de considerar la homosexualidad como una enfermedad mental y pasó a reconocer diferentes tipos normales de orientación sexual: la heterosexual, la homosexual y la bisexual. ¿Por qué, entonces, apostar a terapias de reconversión? Simple: prejuicios basados en una doctrina religiosa, o al menos en la interpretación autoritativamente vinculante de la doctrina. También las expresiones del diputado no hacen más que dar cuenta de prejuicios muy extendidos más allá de las trincheras políticas. Quizás, al menos parcialmente, por la pervasividad de la doctrina católica en nuestra sociedad. Por cierto sería deseable una actitud más crítica e ilustrada de alguien que ocupa una posición tan relevante en nuestra institucionalidad política. El caso de Camila Huenchucheo es ciertamente aquel en que estos prejuicios se expresaron del modo más brutal e inhumano. El odio, o la indiferencia al daño causado por los agresores no son sólo repudiables, sino quizás reflejo de lo peor que puede llegar a ser el ser humano. La condición sexual y de género de Camila fue razón suficiente para desfigurarla a golpes.

¿Se conectan estos tres casos? Sí. Al presentar la homosexualidad como anormal, una enfermedad curable mediante reconversión, o dar a entender que homosexuales son individuos con virtudes insuficientes para ser parte de la vida militar, tanto la PUC como el diputado Urrutia, aunque no lo quieran, ayudan a generar un contexto que facilita la ocurrencia de ataques realizados por matones homofóbicos comunes y corrientes, como el que sufrió Camila. No olvidemos a Daniel Zamudio. La homofobia mata.