Señor Director:
La sentencia del caso de La Manada –en el cual una mujer de 18 años denuncia haber sido violada por cinco hombres, durante las fiestas de San Fermín de 2016– se ha transformado en un escándalo internacional por considerar que el delito no fue cometido con violencia.
El hecho de que ella entrara por su propia voluntad al callejón donde fue violada y que en el video hecho por La Manada ella se mostrara sumisa, resultaron indicativos suficientes para que la justicia española estableciera la ausencia de violencia en la agresión y un posible consentimiento de la víctima.
Tenemos que preguntarnos: ¿Qué es lo que está sucediendo verdaderamente en la escena donde una muchacha se muestra en un estado de sumisión y colaboración ante cinco agresores?
Desde que nacemos a las mujeres se nos enseña a someternos, a darnos por vencidas para salvar la vida. A las más pequeñas a que junten las piernas, a las adolescentes a que no inciten y a las adultas a que no caminen por la calle cuando cae el sol. “Si te atacan, colabora”, lo hemos escuchado todas, sin importar la edad.
La masculinidad que transforma a las mujeres en objetos a ser poseídos es transversal y nociva para todos. Nos sitúa en el lugar de las víctimas de un sistema naturalizado e imposible de vencer, donde hay machos agresores y mujeres víctimas. Si las víctimas de violencia sexual son en su mayoría mujeres toda víctima es desestimable. De lo contrario, ¿Cómo explicamos que como sociedad tardáramos más de 30 años en reconocer que los muchachos abusados por Karadima eran efectivamente víctimas?
Si vamos a hablar de hacer un gran acuerdo nacional, este debiera ser el primero: proteger a las víctimas, luchar por el empoderamiento de las mujeres y dejar de criar y aceptar hombres violentos.
Isabel Amor
Directora de Educación
Fundación Iguales
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