María Rachid, presidenta de la Federación Argentina LGBT escribió este artículo que fue publicado en Página 12 durante mayo de 2010. Este texto es uno de los tantos documentos que recoge el la publicación de la Federación «Matrimonio para todas y todos. Ley de igualdad. Aportes para el debate».
A esta altura del debate, podría escribir artículos enteros sobre leyes, constituciones y tratados que defienden la igualdad de trato y oportunidades para todas las personas. Podría enumerar artículos, compartir doctrina y jurisprudencia de argentina y el mundo.
Podría también, por otro lado, explicar lo importante que es para alguien la posibilidad de poder compartir la obra social con su pareja, o lo importante que puede ser una pensión para un viudo que compartió su vida —en la salud y en la enfermedad— con quien quizás tenía el único ingreso en el hogar.
Podría contarles lo profundamente doloroso que puede ser separarte de la persona que amas sólo porque es extranjero/a y tu país no autoriza su residencia.
Podría contarles las decenas de historias que conozco de familias de gays y lesbianas cuyos hijos e hijas necesitan ejercer derechos que les son vedados, o la de aquellos niños que pierden a quienes conocieron como padres durante todas sus vidas sólo porque el Estado no reconoce el vínculo que el amor construyó.
Podría mostrar decenas de estadísticas y censos que muestran que la sociedad argentina acompaña este reclamo de libertad e igualdad. Podría recordarles que la protección de la familia también incluye a nuestras familias. No las que serían supuestamente autorizadas a existir partir de esta ley, sino las que ya existen, desde siempre, en la realidad argentina.
Podríamos conocer las historias de las seis parejas del mismo sexo que contrajeron matrimonio en nuestro país, y de las cientos de miles que lo hicieron en el mundo, sin que esta realidad haya destruido a otras familias, ni terminado con la continuidad de la especie, ni que se hayan vuelto realidad ninguno de los vaticinios catastróficos que anuncian quienes están en contra.
Podría también acudir al argumento del «¿por qué no?». Preguntarles, en definitiva, ¿a quién hace daño que dos personas simplemente se amen tanto que quieran cuidarse, protegerse y quererse mutuamente para el resto de sus vidas, aunque quizás luego dure un instante?
Y aún así sentiría que estos argumentos son insignificantes comparados con las profundas razones por las que esta ley es tan importante para cientos de miles de personas y para nuestra sociedad toda.
Y es que ojalá pudiera yo mostrarles el sufrimiento, el dolor, el amor, la pasión, la impotencia, la soledad, la humillación, la indignidad que atraviesan este debate, en la vida los cientos de miles o millones de personas que están esperando esta ley.
Y es que sólo los grandes artistas pueden reflejar fielmente en palabras, sonidos o imágenes los sentimientos de la humanidad. Y está claro que el arte no es mi fuerte.
Sólo puedo decirles que no hay razones sinceras para tanto dolor, para tanta soledad y humillación y para tanta violencia en la vida de tantos argentinos y argentinas. Y esto es, en definitiva, lo que produce la desigualdad: violencia y discriminación.
Violencia y discriminación que van desde un insulto en la calle, hasta el asesinato y la muerte, como la de Natalia Gaitán, asesinada en Córdoba por el padre de su novia sólo porque no quería que su hija amara a otra mujer.
No hay razones para persistir en la idea de que mi familia —y la de miles de personas— no tengan los mismos derechos que otras familias sólo porque amamos y elegimos compartir nuestra vida con otra persona de nuestro mismo sexo. No hay razones, entonces, para perpetuar la desigualdad y la injusticia.
Si escuchamos atentamente a quienes se oponen al matrimonio entre personas del mismo sexo, podríamos darnos cuenta de que no son los derechos lo que rechazan, ni siquiera —seamos honestos— es un nombre. La simple existencia del amor entre dos personas del mismo sexo, y de ellas para con sus hijos e hijas es lo que no conciben. Y contra eso, no van a poder nunca.
Votar a favor de esta ley es votar a favor de los derechos de las personas, es votar a favor de la libertad, la democracia y la igualdad. Y también es —aunque pueda sonar cursi decirlo así— votar a favor de la felicidad y el amor.