por Carlos Iturra
Es totalmente imposible que un homosexual, un colorín o un zurdo dejen de serlo, por mucho que el colorín se tiña, el zurdo se amarre a la espalda la mano izquierda o el homosexual se case y reproduzca. Sin embargo, la Pontificia Universidad ha ofrecido recientemente su aval a terapias que, según ellas, hacen polvo eso de la sabiduría popular de que no hay maricón arrepentido. Según estas terapias y sus respectivos terapeutas, ellos tienen un pequeño batallón de, precisamente, maricones arrepentidos, que van por el mundo proclamando su arrepentimiento y demostrando, a la vez, la eficacia de las mentadas terapias. Bueno, no es que lo tengan, pero deberían tenerlo, ¿no?
¿Cuánto durará la garantía de esas terapias? Porque quizá esos -no sigamos repitiendo la palabreja-, esos señores arrepentidos, sean descubiertos un par de años después haciendo las mismas cochinadas de antes en baños públicos. Si en EEUU han descubierto gays públicamente arrepentidos cahuineando tiempo después en baños públicos, ¡qué no se descubriría si hubiera acceso a sus baños y dormitorios privados!
Los que pagaron por liberarse del “vicio nefando”, como la llamó un Papa, “uno de los tres pecados que claman al cielo”, según San Pío X, están en todo su derecho de exigir que les devuelvan la plata, a menos que la terapia tenga duración limitada y que no te deje vacunado contra las recaídas. Quizá intermitentemente haya que ir a renovar la terapia, o quizá ya por ahí por la décima vez los terapeutas te digan, por fin, “Mire, parece que usted no tiene remedio…” Hay muchas más posibilidades de convertir héteros a gays que viceversa, no sé por qué pero así es… Tal vez por el mismo motivo por el cual es más fácil aprender a degustar un nuevo manjar, que olvidar el sabor de uno ya conocido.
Es posible también que la terapia sea gratuita y de calidad, para todos… Pero no se le pronostica un gran auge. El presupuesto del Vaticano debería destinar una partida anual a la mantención de grupos terapéuticos que fueran dando la vuelta al mundo con sus encantamientos, o ser financiados por el propio beaterío criollo. El Opus Dei y demás Legionarios reciben ríos de oro del beaterío rico chilensis, el mismo que no da ni ha dado jamás un peso para un hermoso monumento, una gran fuente o un museo como la gente. El riquerío chileno, a diferencia del neoyorquino, por ejemplo, solo espera que Dios les perdone el ser ricos, merced a sus dádivas a los curas…
Bien, ¿en qué iba? El beaterío chilensis debería financiar esta gran obra de caridad que significa rescatar homosexuales…, aunque, ¿rescatarlos de qué?
Otra duda: esa terapia, ¿no será más bien moral, por llamarla de alguna forma? Moral, más que psicológica, psiquiátrica o meramente médica. Terapia entre “moral” e ideológica. Por cierto, lavado de cerebro… ¿Cómo podría alguien quitarle a usted el gusto por chocolate, suponiendo que le gusta? Con electroshock y lobotomías y cosas así. Pero y, ¿para qué todo eso? Difícilmente podrían quitarle a usted el gusto por el chocolate, ¡imagínese si podrían quitarle el gusto por el sexo! Por el que a usted le gusta, obviamente…
Lo asombroso de esto es que lo promueve la misma institución que más padece la homosexualidad en carne propia al interior de este planeta redondo, y la que más la ha hecho padecer a personas inocentes: para qué hablar de sotanas, pensemos en cuántos homosexuales han sido inducidos al matrimonio, para llevar vidas infernales ellos y sus cónyuges; pensemos en cuántos han sido confinados a una agonía de culpa y autorepresión. ¡Suena como si el sindicato de carniceros se dedicara a difundir el vegetarianismo!
La terapia en cuestión huele al azufre propio de los demonios, las brujas y los hechiceros. Tiene tanto de ciencia como rezar el rosario. Habría que testearla en unos cuantos obispos. Hasta ahora son muy escasos los trofeos que ostenta: cero resultado real.
Posiblemente los terapeutas y curapeutas aleguen que han obtenido gran éxito con sus pases mágicos e hipnóticos y que disponen de muchos arrepentidos a su haber, solo que estos no pueden salir en la tele diciendo como si nada que antes les gustaba… y ya no. Entre otras razones, porque quizá ahí mismo se les notaría la manito quebrada, la patita atrás o la alita rota.
Por lo demás, no se ve cuál es la ventaja de esa terapia, si es que cura: algo más penoso que ir por el mundo como maricón, sin duda es ir como maricón arrepentido.