por Juan Pablo Fuentealba, Arquitecto y fotógrafo, voluntario de “Todo Mejora”

En la televisión veía cómo Carolina Arregui se enamoraba perdidamente de Bodenhöfer, Cristián Campos soñaba con Claudia di Girólamo, y el galán de turno fascinaba a las chicas ochenteras de chasquilla enlacada. Yo, nada.

A los 15 años veía cómo mis compañeros de colegio hablaban de sus conquistas, de las mujeres que habían conocido en las vacaciones y escuchaba cómo, con emoción, relataban cada detalle de sus enredos amorosos propios del despertar sexual. Mis compañeras, por otro lado, soñaban con el guapo de 4º medio, y suspiraban por el mino que habían conocido en la fiesta del colegio. Yo, nada.

En la televisión veía cómo Carolina Arregui se enamoraba perdidamente de Bodenhöfer, Cristián Campos soñaba con Claudia di Girólamo, y el galán de turno fascinaba a las chicas ochenteras de chasquilla enlacada. Yo, nada.

Mi hermana, mis primas y mi vecina estrenaban pololos, con los que salían al cine los miércoles, compartían un batido de frutilla en el Burger Inn y paseaban abrazados por el Apumanque. Yo, solo miraba.

No tuve adolescencia. O tuve la mitad de una, con suerte.

Mientras todo lo que detallé al principio ocurría, me preguntaba qué era lo que estaba mal conmigo. Por qué no podía sentir lo mismo: por qué me había tocado ser el único distinto.

Desde los 11 hasta los 20 años, cuando decidí viajar por 2 meses fuera de Chile, jamás vi una expresión de amor homosexual, nunca fui testigo de una historia romántica entre dos hombres y no me tocó escuchar lo enamorada que estaba una mujer de otra. Para mí, y se que para muchos otros como yo, esta realidad simplemente no existía.

Mucho tiempo después, tuve la posibilidad de ver y conocer historias maravillosas de amor entre hombres (y entre mujeres también) que desafiaban mi creación mental de lo que era el amor y las relaciones humanas. A los 23 años, me tocó a mí. Me enamoré por primera vez y ese hombre significó la demostración de que yo estaba vivo: que podía amar. Recién ahí comprendí lo que sentían mis compañeros y compañeras de colegio. 8 años más tarde.

Hoy, siento que hubo una época de mi vida que me robaron. Siento que fui engañado por la sociedad que me hizo creer que la única forma de amor era entre un hombre y una mujer. Reclamo porque no me mostraron que el galán de la película también podía enamorarse de otro galán y lloro por el recuerdo de un joven que se sentía el ser más solo e incomprendido del planeta.

Como no me gusta alegar y quedarme de brazos cruzados, me uní a Todo Mejora, la iniciativa que mi pareja, Júlio Dantas, trajo a Chile. Hice un video junto a él, para mostrarle a todos los Juan Pablos de hoy, entre 12 y 20 años, que existen otras realidades, que es posible el amor profundo, serio y rico entre dos personas del mismo sexo y que puede ser lindo, feo, alegre y triste, ya que no es finalmente muy distinto al de la teleserie o al que mi familia me mostró.

 

 

Foto filmsdistribution.com