Estados Unidos cuenta con redes de apoyo para jóvenes de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales), algunas con réplica en Chile. Muchos viven en hogares de acogida, tras haber sido echados de sus propias casas. Los visitamos y, desde allí, relatan cómo han sobrevivido al rechazo.
Texto Mario Valle, desde Nueva York y Filadelfia
«Usted creerá que soy algo tonta porque me río cuando cuento mi historia. Pero he llorado tanto en mi vida que ahora solo quiero reír».
Tiffany Cocco (24) es hija de padres drogadictos. Su padre se marchó al nacer ella. Cuando cumplió dos años, su madre murió de una sobredosis y su padrastro la abandonó. Entonces quedó al cuidado de sus abuelos. A los 14 años inició una relación sentimental con una amiga. Al ser acusada por compañeras de curso, fue llamada por la dirección de su colegio, donde reconoció la situación y fue expulsada. Como no trabajaba ni estudiaba, sus abuelos decidieron echarla de la casa.
Vivió casi seis años como homeless (sin casa). Durmió en parques, estaciones de trenes, edificios abandonados y hospederías. Fue detenida varias veces. «Ser gay y homeless en Nueva York aún es muy difícil», plantea con voz temblorosa. «No me quiero quebrar», dice.
En este cálido día de verano, sus palabras resuenan fuertes en la casona de un sector de Queens, en Nueva York, una de las sedes que tiene el Centro Ali Forney, que acoge a jóvenes que han sido expulsados de sus hogares por su condición sexual. Tiffany había escuchado de este centro. Hoy trabaja de mesera y estudia. Planea arrendar un departamento e iniciar una nueva vida. «Hay más jóvenes de los que uno imagina que no tienen posibilidades ni apoyo, y llegan aquí luego de estar un tiempo como homeless. Muchos, incluso, se prostituyeron para sobrevivir», explica Carl Siciliano, encargado del centro en Queens.
Esta organización, creada en 2002 con el apoyo de la Iglesia y de fondos estatales, cuenta con nueve residencias en Nueva York. Sirven de hogar a cerca de 80 jóvenes gays y lesbianas de entre 16 y 25 años. Allí pueden permanecer desde seis meses hasta dos años, y son asesorados para que se puedan independizar. La única exigencia es que estudien o trabajen, o ambas cosas. Tienen horarios de llegada en la noche: hasta las 20:30 horas de lunes a jueves, y hasta las 24 horas, entre viernes y domingo. Cuentan con dormitorios, cocina, salas de estudio, más apoyo psicológico y laboral.
No sólo hay jóvenes estadounidenses. También de Europa, África, Medio Oriente, Centro y Sudamérica. Se trata de refugiados o hijos de inmigrantes en igual situación.
Abandono y superación
En la multisala, donde realizan misas y charlas, está Jeremias (20), un chico de color, de Kansas. Cuenta que sus padres adoptivos, con quienes vivió su infancia, al enterarse de que era gay, lo echaron a los 17 años. «Se puede decir que he sido abandonado dos veces en mi vida», relata sin resentimiento. Termina la secundaria y estudia peluquería. «Aquí he podido hacer una vida normal».
Vincent (19) viene de Ohio. A los 14 años le dijo a su madre que era lesbiana. Ella la trató de insana y la mandó a terapias. «Me decía cosas muy duras y me sentí insegura física y psicológicamente», recuerda. Se vino a Nueva York, donde encontró este centro. «Siento que esta es mi familia. En la mía no tuve el soporte que necesitaba». No mantiene contacto con sus padres, aunque éstos han tratado de hablar con ella.
En el caso de Monty (24), de Mississippi, al confesarles que era gay, sus padres le dijeron que fuera lo que quisiera, pero que debía mantenerse por sí mismo. Vivió en la calle durante dos años y trabajó en la construcción. Hoy mantiene contacto con su familia, pero insiste en que «ellos deben aceptar mi condición, no puedo cambiarla». Quiere estudiar Psicología.
Contra matonaje y suicidios
Estados Unidos cuenta con varias redes de apoyo para las minorías sexuales, especialmente jóvenes.
Desde 1982 la U. de Pensilvania tiene un centro para alumnos gays y lesbianas, que organiza programas y talleres. Su director, Bob Schoenenberg, dice que la idea es que intercambien experiencias y compartan sus gustos. «Nunca les preguntamos sobre su condición», afirma.
En la Municipalidad de Filadelfia hay una unidad de apoyo constituida por la policía, asistentes sociales y psicólogos con el objetivo de evitar conflictos vecinales, delitos en que las víctimas pertenezcan a esta minoría y brindar asistencia laboral y sanitaria. «No tenemos muchas leyes que protejan a los LGBT (lesbianas, gay, bisexuales y transexuales)», dice Gloria Casarez, encargada del tema en el municipio.
También está la Red de Educación Gay, Lesbiana y Heterosexual (Glsen), que busca que los miembros de cada comunidad escolar sean valorados y respetados al margen de su orientación sexual. Fundada en 1990, asesora a colegios primarios y secundarios en materia de matonaje, discriminación y acoso. Su directora ejecutiva, Eliza Byard, afirma que «la idea de atacar a alguien por ser gay está muy arraigada en las escuelas. Nuestro trabajo es ayudar a los colegios a promover el respeto en términos de educación y a erradicar la violencia».
Sus planes apuntan a incorporar en las mallas curriculares materias para evitar el bullying. Incluso informa que han prestado asesoría al Ministerio de Educación de Chile.
También está el proyecto It Gets Better, creado en 2010 en respuesta a los suicidios de adolescentes que fueron intimidados por ser gays. Su objetivo es prevenir esta situación a través de videos que se suben a la red con testimonios y mensajes de esperanza. Tienen más de 40 millones de visitas semanales y hay videos del Presidente Obama; del Primer Ministro británico, David Cameron; de los cantantes Justin Bieber, Gloria Estefan, Lady Gaga, Janet Jackson y Katy Perry, y del periodista Larry King, entre otros.
«La idea es usar esto para lograr un cambio positivo y para que los jóvenes vean que hay un futuro», plantea Seth Meyer, del equipo que dirige este proyecto.
Tratan de ayudar a que los jóvenes entiendan que cualquier persona puede estar viviendo una situación similar.
En marzo de este año fue lanzada su réplica en Chile, con el auspicio de la Fundación Iguales. Bajo el título de «Todo mejora» ya hay más de 60 videos de personas anónimas y personajes conocidos, como el alcalde Claudio Orrego, la periodista Consuelo Saavedra, los actores Ignacia Allamand, Cristián Arriagada y Mariana Loyola; el dirigente estudiantil Giorgio Jackson, la cantante Francisca Valenzuela, el guionista José Ignacio Valenzuela, y el profesor y ex Mister Gay Chile, Pablo Salvador.
Visión de padres
La Asociación de Padres, Familiares y Amigos de LGBT ya tiene 40 años de existencia. Sin afiliación política ni religiosa, surgió a nivel nacional para apoyar a quienes tienen vinculación con alguna persona de estas minorías. «Obviamente que hay diferencias para reaccionar ante una situación como esta. Algunos padres dicen que siempre lo supieron y otros, que nunca lo imaginaron. Pero quienes estamos aquí coincidimos en que tenemos que apoyar a nuestros hijos», plantea Melina Waldo (74), profesora y asistente social, que integra la organización casi desde sus inicios.
Cuenta que su hijo, hoy de 40 años, supo a los 13 que era gay, pero que no le contó nada hasta los 19. «Es duro y les da miedo a los chicos confesarlo», añade.
El químico farmaceútico John Otto (40) y su señora sospechaban que el mayor de sus hijos, hoy de 18 años, era gay. Tras una depresión que tuvo a los 13, éste se los reveló. «Mi principal preocupación era que tuviera una vida tranquila y que no fuera objeto de bullying», confiesa.
Tuvieron una buena acogida del colegio y de las otras familias. En su opinión, los establecimientos son los principales responsables de evitar el bullying, pero sostiene que hay algunos que no hacen nada al respecto.
«Ha sido difícil para mí al ser católico practicante. Pero hemos tenido tiempo para entender y aceptar la situación. Mi hijo no es distinto al resto», dice Otto.
Con cierta emoción, reconoce que hubo momentos en que pensó en las expectativas que tenía para él: que se casara y tuviera hijos. «Luego comprendí que, como padre, mi papel es apoyarlo. Es lo que es y no lo voy a cambiar».
Fuente Revista El Sábado