A propósito del brutal ataque sufrido por Martina Infante este fin de semana, revivimos la columna de Valentina Verbal donde nos explica la difícil situación que viven las mujeres trasnsexuales en un sociedad discriminadora.

 

Uno de los temas candentes del debate público actual es el de la regulación legal (unión civil o matrimonio) de las parejas homosexuales. Y, si bien esta causa es del todo justa, necesario es poner sobre la mesa que la diversidad sexual no se reduce sólo a homosexuales. También existen las personas transexuales que sufren una discriminación mayor aún y que tienen demandas legislativas y de políticas públicas específicas.

Lo que caracteriza a un homosexual es que, siendo de un determinado sexo biológico, siente una atracción afectiva por personas de su mismo sexo. En cambio, lo que distingue a una persona transexual es que, habiendo nacido con un determinado sexo biológico, se autopercibe como parte del género contrario.
El problema social que enfrentan en Chile las personas transexuales puede resumirse en el llamado círculo trans, círculo vicioso que consiste en que para trabajar, el documento nacional de identidad debe concordar con la apariencia externa; para modificar este documento, hay que someterse a una cirugía de reasignación sexual; para acceder a esta cirugía, hay que disponer de recursos; y para tener recursos, hay que trabajar. Demás está decir que dicha cirugía no se encuentra cubierta por el sistema público de salud.
¿Cómo se sale de este círculo? Difícil. La realidad de la mayoría es que debe vivir en una “tercera dimensión”, en un mundo paralelo a las leyes e instituciones. ¿Por qué? Porque las leyes e instituciones poco o nada consideran a esta comunidad. Pero ¿cómo romper este círculo vicioso? ¿Qué propone la comunidad trans para resolver los problemas que enfrenta? Básicamente, tres cosas:
a)  Incluir la categoría de identidad de género en el proyecto de ley antidiscriminación: Hasta ahora, este proyecto incluye sólo la categoría de orientación sexual, aplicable a homosexuales (gays y lesbianas) y bisexuales, mientras que el estándar internacional (materializado en resoluciones de la ONU y OEA, suscritas por Chile) establece que debe también incluirse la categoría de identidad de género, aplicable a la comunidad trans: transexuales stricto sensu, transgéneros e intersex. Irónico resulta dictar una ley antidiscriminación y dejar fuera a una de las comunidades más discriminadas de la sociedad.
b) Agregar como causal de cambio de nombre y sexo legal  la identidad de género o transexualidad sin necesidad de cirugías previas: Nuestra sociedad, tal como ya lo han hecho otros países (España y Uruguay, por ejemplo), debe dejar de reducir el sexo a lo meramente genital y considerar que la sexualidad humana tiene también una dimensión psicosocial. En otras palabras, debe reconocerse el derecho a la identidad de género, independiente del sexo biológico de nacimiento y de las cirugías reconstructivas posteriores. Actualmente, en nuestro Congreso duermen dos proyectos de ley en este sentido. Pero, mientras los medios de comunicación no ayuden a relevar este tema, lejos estará de ser una prioridad para nuestros legisladores.
c) Formalizar el derecho a la salud de las personas transexuales: Se sabe, aunque con poca transparencia y participación de las organizaciones trans, que el Ministerio de Salud está elaborando un protocolo de atención sanitaria para esta comunidad. Hasta ahora estas personas ni siquiera son tratadas según su nombre de género en los servicios de salud del Estado. Menos aún, como regla general, existe acceso a terapias hormonales y psicológicas, y a cirugías de reasignación sexual. Importante es aclarar que estas últimas no son cirugías plásticas de embellecimiento. Constituyen algo mucho más profundo: se trata de adecuar el cuerpo de una persona a su psiquis y a su vivencia social permanente.

Ojalá esta líneas sirvan para poner en el tapete una realidad que, en el debate actual, se está dejando de lado. Si digo esto es porque he sido parte de este círculo: soy una persona transexual que ha debido saltar muchas vallas. Y, aunque no he me visto forzada a ejercer la prostitución, porque he tenido mayores oportunidades en la vida, por mis compañeras de la calle hablo. Sé, porque a muchas de ellas las conozco, que no ejercen el comercio sexual por puro gusto: lo hacen porque no les dan trabajo en casi ninguna parte. Curiosamente, algunos de los que nos les dan trabajo de día, son los mismos que de noche las van a buscar. ¿Qué es esto? Otro ejemplo más de nuestra hipocresía chilensis. Ya es hora de que avancemos hacia una sociedad inclusiva para todos y todas.

Nota: Columna publicada en The Clinic, formato papel (28 de julio de 2011).