miércoles 13 de junio de 2012

Pablo Simonetti
Presidente Fundación =Iguales
(Este artículo fue escrito en conjunto con la
Comisión de Ciencias de Fundación =Iguales)

La homosexualidad se encuentra descrita desde que hay registro histórico de la humanidad, en todas las culturas. En Egipto, por ejemplo, fue representada tanto pictóricamente como míticamente en la relación de Seth y Horus. Al mismo tiempo, la homosexualidad se ha observado en la gran mayoría de las especies animales, donde incluso parejas del mismo sexo cuidan crías en conjunto. Estos antecedentes demuestran que la homosexualidad forma parte de la naturaleza animal y, en particular, de la naturaleza humana.

Cuando se habla de si un fenómeno es normal o anormal, hay diferentes criterios para sustentar esta diferenciación: qué es lo ideal, o qué ocurre mayoritariamente. Hay quienes declaran que la homosexualidad es una anomalía, pues no se ajusta a sus criterios ideales (religiosos o de moral), o bien porque se da con menor frecuencia que la heterosexualidad.

La confusión está en creer que esos ideales tienen carácter universal y en que lo menos frecuente es necesariamente indeseable. Basta pensar en las personas pelirrojas o zurdas. Más grave aun es que estos criterios se utilizan para declarar la condición una enfermedad. Salud no es sinónimo de frecuencia ni de ideales: un resfrío es una enfermedad y, sin embargo, es muy frecuente.

La salud mental es una disciplina joven, surgida con fuerza e identidad propias hace poco más de un siglo, dentro de la cual existen diversas tendencias. Frente a esta variedad, como una forma de aunar criterios, han surgido manuales clasificatorios de patologías mentales, los cuales son elaborados por grupos de expertos que hacen un esfuerzo por plasmar la tendencia general de la disciplina, los descubrimientos científicos, así como de hacerse eco de la evolución teórica e histórica de las enfermedades y de la cultura imperante.

Dentro de estos manuales clasificatorios se encuentra el DSM, actualmente ad portas de su versión V. Este manual es elaborado por la asociación norteamericana de psiquiatría.

En sus primeras versiones (1952, 1968) consideró la homosexualidad como un trastorno mental, reflejando tanto el momento histórico-cultural como la falta de conocimientos que existían sobre la homosexualidad. Con el tiempo, quedó claro que no había evidencia científica que fundamentara el tratamiento de la homosexualidad como un «trastorno psicológico», y gracias a la presión de grupos activistas, en 1973, la homosexualidad dejó de ser considerada una patología. Las versiones II, III y IV de este instrumento han refrendado esta decisión, y la OMS la hizo suya en 1990.

En los últimos años ha primado en la comunidad científica una visión de la homosexualidad como un elemento más de la diversidad sexual humana, la cual es compleja y variada. Al observar la consistencia histórica de esta expresión, junto a la existencia de la homosexualidad en la naturaleza, surge de inmediato la relevancia genética en su constitución. A la cual se han agregado elementos ambientales tempranos, descritos en la literatura, que influirían en la manifestación de estos genes, tal como ocurre con gran parte de la expresión genética de un individuo.

A partir de estos estudios, podemos afirmar que la sexualidad forma parte de los aspectos esenciales y no modificables de la identidad y comportamiento de las personas.

Hay quienes sostienen la supuesta efectividad de modelos psicoterapéuticos que buscan «curar» la homosexualidad, las llamadas terapias de reconversión. Estas «terapias» han probado ser no solo inútiles en su dudoso propósito, sino que patogénicas, en tanto deprimen y dañan severamente la autoestima de los pacientes.

Por esta razón, estas terapias se encuentran prohibidas en varios países del mundo y se considera que los profesionales que las practican faltan a la ética.

Recientemente, el Dr. Robert Spitzer, connotado psiquiatra norteamericano que antaño validó estudios acerca de estas «terapias», se retractó de este apoyo argumentando que los estudios eran tendenciosos y no probaban lo que decían probar. Al hacerlo, pidió disculpas a la comunidad LGBT (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales).

En nuestro entorno más cercano, el 17 de mayo de este año, la Organización Panamericana de la Salud emitió un documento alertando sobre estas terapias de reconversión, llamando a denunciar y sancionar a quienes las practiquen y promuevan.

Todas estas razones parecieran no ser suficientes para quienes aún quieren enseñar la homosexualidad a nuestros niños como una enfermedad o desviación. Sólo el prejuicio justifica su empeño de negarle autoridad a la comunidad científica.

Por eso el Estado no puede permanecer neutro en estos asuntos y debe impulsar una educación veraz, una educación que permita que los jóvenes homosexuales y transexuales de nuestro país crezcan en la comprensión y el amparo de los suyos y no en la humillación y la marginalidad.

En El Mercurio (ahí puedes acceder a los comentarios y participar en el debate)