viernes 18 de mayo de 2012

Amor y Matrimonio II

Dos son los argumentos principales que despliega Juan de Dios Vial Larraín en su columna «Amor y matrimonio»:

1.- Dado que el amor alcanza «su cima significativa» en la procreación, el matrimonio debe reservarse a los heterosexuales.

2.- El amor de las parejas homosexuales es además de una índole sospechosa, por hallarse involucrados individuos que no son esencialmente distintos.

El primer argumento se funda en la premisa de que el amor entre dos personas alcanza su plenitud «en la generación de un nuevo individuo de la especie». Esta mirada reduce el campo de realización del amor. Se podría afirmar que la más alta forma de amor es estar dispuesto a dar la vida por el otro, o dar sentido y proyección a la vida en pareja, o brindar apoyo, cuidado y oportunidades. El amor es un sentimiento complejo que se expresa de múltiples formas en el comportamiento humano. Milton decía que el matrimonio era más que lo meramente biológico. Para él significaba compañía, conversación y vida en común. Quizás la mayor virtud del amor sea su indeterminación, su ductilidad para adaptarse a las singularidades de cada pareja. Visto así, lo que propone Vial es una «doctrina comprehensiva» acerca del amor, como llama Rawls a las tantas visiones de mundo que conviven en las sociedades modernas, entre las cuales el Estado no debe mostrar preferencia. O dicho de otro modo, ninguna de estas doctrinas filosóficas, morales o religiosas constituye en sí misma motivo suficiente para establecer regulaciones legales que otorguen o constriñan derechos.

Lo que sí nos muestra la realidad social es que un número importante de parejas quieren unirse bajo el amparo de una institución como el matrimonio civil, en la esperanza del compromiso mutuo, el reconocimiento social y el acceso a derechos de diversa índole para sí y para los hijos que les toque criar. Y aun cuando Vial desdeñe estos argumentos, si este amparo social y estatal se les ofrece a parejas heterosexuales infértiles o que no tienen la intención de procrear, la exclusión de las parejas homosexuales resulta injustificable, pues no cumple con el principio de reciprocidad exigible a toda norma legal. Se niega a otros lo que se reclama para sí. ¿En razón de qué interés público se podría restringir el acceso al matrimonio a parejas del mismo sexo sin traicionar un elemento que sí es central en nuestro ordenamiento democrático como es la igualdad ante la ley? ¿Cuál es el daño que infligiría la suma de estas parejas a las que ven en la procreación la piedra culminante del matrimonio? Vial sugiere que podría acarrear una suerte de venganza. ¿Venganza en contra de quién? ¿Qué alimenta este augurio transido de un temor injustificado? Donde rige el matrimonio igualitario ningún tipo de venganza ha tenido lugar.

El segundo argumento de Vial nos da un indicio de lo que palpita en el centro de su reflexión. Apoyándome en Martha Nussbaum, hay razones para pensar que se trata de la racionalización de alguna clase de aversión o ansiedad más profunda. Vial propone que dos personas del mismo sexo no pueden amarse plenamente porque no se trata de «un don de sí al otro, que es diverso». Llega a sugerir que los homosexuales padecerían de «cierto egocentrismo», «una confusa proyección de sí». Al parecer entiende lo diverso como la diferencia de sexo, y no como las miles de formas de diferenciación y complementación que interactúan cuando el amor se establece entre dos personas. Y como respuesta a su demanda de un estudio fenomenológico sobre la homosexualidad, basta decir que prácticamente todas las asociaciones médicas, psiquiátricas y psicológicas de los países desarrollados han declarado, basándose en investigaciones profundas de especialistas en diversas áreas del conocimiento, que el homosexualismo es simplemente una orientación sexual minoritaria y que nada tiene que ver con los trastornos de personalidad que él conjetura. Entre ellas, nada menos que la Asociación de Psicología Americana y la Organización Mundial de la Salud. ¿Qué hay detrás de esta negación al avance de la ciencia sino un intento de sustentar un rechazo anterior a la razón?

Según nuestras leyes, un pedófilo tiene derecho a casarse; un padre que se niega a solventar la manutención de los hijos de un matrimonio anterior no tiene impedimento para hacerlo por segunda vez. ¿Qué explicación le daríamos entonces a una pareja homosexual para negarle el mismo derecho? El único argumento atendible que ofrece Vial es que no puede procrear. Desde el punto de vista de la neutralidad doctrinaria que debe regir los actos del Estado y de la necesaria reciprocidad de nuestras normas legales, esta no es, en ningún caso, una distinción razonable.

Pablo Simonetti 
Presidente Fundación =Iguales

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