Lamentamos que las declaraciones del Cardenal Jorge Medina empañen, una vez más, las intenciones y esperanzas de quienes siguen anhelando de parte de la Iglesia palabras que estén en profunda sintonía con el mensaje cristiano. Sentimos con pesar que su mirada siga siendo la de una antropología empobrecida, cerrada y excluyente de dimensiones de lo humano que entendemos como gracia y don de Dios. Lamentamos, así, que sus palabras se escuchen desde el odio y no desde el cuidado, el amor y la acogida que todo Pastor, en función de su cargo e investidura, debiese tener para y con su Pueblo, en particular, quienes formamos parte de distintas comunidades cristianas y católicas.
En razón del impacto de sus palabras sobre la ciudadanía y la comunidad cristiana, creemos importante señalar que, en tanto Obispo emérito, el cardenal Medina no forma parte de la Conferencia Episcopal. Tal como señaló Jaime Coiro – portavoz del Episcopado – tras las declaraciones de Medina en la revista Caras, el Cardenal “no ha participado del discernimiento que han venido haciendo los Obispos en torno a esta temática y la aproximación pastoral a las personas homosexuales», situación que creemos importante recordar para efectos de la supuesta representatividad de sus opiniones. Somos conscientes del efecto de sus palabras y la responsabilidad personal e institucional comprometidas: la confusión de tantas familias cristianas que luchan a diario por abrirse y acoger la realidad que viven sus hijos e hijas, la rabia, la sensación de rechazo y la impotencia de la cual son testigos al no escuchar de sus Pastores una reacción enérgica que contrarreste y repare las sensibilidades vulneradas.
La experiencia con laicos, religiosos/as y sacerdotes que hoy acompañan a movimientos de la comunidad LGBT y personas que se reconocen como homosexuales, transexuales y bisexuales, confirman nuestra esperanza y confianza en que opiniones como las del Cardenal serán relegadas por nuevas voces dentro de la Iglesia, como lo deja de manifiesto el apoyo con el que cuentan nuestros/as hermanos/as por parte de miembros activos de la comunidad cristiana y católica. El testimonio de quienes, en fidelidad al Evangelio y la persona de Jesucristo, hacen propia una causa que no distingue entre prójimos, son los llamados a fortalecer su trabajo y salir en defensa de quienes han sentido que Dios no tiene nada que proponerles. Si ésta es la experiencia, si éste es el sentir, urge revisar nuestras prácticas como cristianos/as y el anuncio que hacemos de la Buena Nueva de Jesús: palabra que dignifica y restaura en dignidad a toda persona.
Es de esperar que esta situación sea vista como una oportunidad para que la Iglesia manifieste con fuerza su adhesión al Evangelio, siendo fiel – como Jesús lo fue – con los/as excluidos/as de su tiempo. Ésa es nuestra esperanza y nuestra confianza, la exigencia que le hacemos a nuestros Pastores y la invitación a que todos/as arriesguemos la palabra en pro de aquello que más confirme la humanidad plena de ese otro que comparte conmigo una misma naturaleza: hijo e hija de Dios, creado y creada a su imagen y semejanza.
Comisión de Ética y Espiritualidades
Fundación Iguales