Siempre he sido una persona metódica y estructurada, por eso estudié ingeniería y terminé trabajando en sistemas.
Organicé mi tránsito como una suma de pequeños pasos para construir autoestima y ganar fuerza, preparé mi discurso, me paré frente a todos en el trabajo y les conté: “Yo soy transgénero”. Superado ese momento me reintegré a mis actividades y, con la alegría de ser yo misma y la tranquilidad de que las cosas iban a estar bien, regresé a la vida tranquila que siempre tuve.
–Ese era el plan–.
Unas semanas después del gran día, decidí contar mi historia a la prensa y, sin esperarlo, terminé de portada en la revista Qué Pasa. En ese momento todo volvió a cambiar, y del anonimato pasé a las portadas, entrevistas, columnas, debates y discursos. Contra todos mis instintos, abandoné el plan y renuncié a mi vida tranquila.
Yo era tímida e introvertida, sin vocación mediática, con miedo a hablar en público y distante del activismo y la política, entonces ¿qué me llevó por este camino?
Crecí en los 80 y 90 entre chistes de “maricones” de los que me reía, esperando que no se enteraran; con una Iglesia que me decía enferma y aberración mientras yo agachaba la cabeza, esperando que no me odiaran; cotidianamente mi familia y amigos hablaban despectivamente de gays, lesbianas, trans y bisexuales, sin saber que se trataba de mí, ni del daño que me hacían. Crecí en un mundo donde Alessia no tenía un futuro con el cual soñar. Por eso tuve que negarme.
No podía seguir viviendo con esa carga y, habiéndola sentido tantos años, no quiero que nadie más tenga que llevarla. Así, llegado el momento, quería cambiar las cosas y me decidí a intentarlo contando mi historia.
Para dejar atrás el miedo a que se enteraran, les conté a todos que soy trans, sobre mi tránsito e incluso abrí mi vida como Alejandro; me expuse de forma transparente para que quien me juzgue lo haga por quien soy y lo que hago, no por un estereotipo. Entendí que aquello que yo elijo contar y de lo que me empodero no puede ser usado en mi contra.
Soy activista, porque negarme me dejó heridas profundas y siento que la forma de sanarlas es creando un mundo más libre para las próximas generaciones, un lugar donde los niños puedan soñar sin miedo ni límites y donde vivir vidas auténticas no sea motivo de exclusión, sino de fiesta.
Aspiro a que cambiemos la forma en que nos vemos unos a otros en sociedad, derribemos con empatía las barreras imaginarias que nos separan y que quienes nos miran con desconfianza pierdan el miedo. Espero que entendamos pronto que una sociedad sin discriminación es un mejor lugar para vivir, no solo para las personas trans, sino para todos.
Alessia Injoque
Directora Fundación Iguales
Lee esta columna en La Tercera.