Esta mañana, recibimos en nuestro correo electrónico de contacto una interesante reflexión anónima en relación al episodio de discriminación y amenazas que sufrió una pareja gay, en Arica. Queremos compartir con ustedes un llamado a la valentía, una reflexión a la idiosincrasia chilena y unmensaje de compromiso:
Acabo de ver el video en que un hombre amenaza a una pareja homosexual de golpearlos con un palo si no se van, por haberse dado un beso en la calle. Al principio creí sentir enojo, rabia, incluso incredulidad, pero me he ido dando cuenta que lo que más siento es pena.
Pena por la brutalidad con la que ciertos grupos tienen que vivir día a día. Pena porque yo conozco mucha gente que pertenece a ellos, y me da pena que haya gente que cree que tiene el derecho de golpear a otro por el solo hecho de sentir algo y demostrarlo.
Quiero partir por felicitar a la pareja que se despidió con un beso en la calle. Hay que ser valiente para atreverse a demostrar su amor frente a otras personas. Hay que ser valiente para mostrarse tal cual son en público. Hay que ser valiente para hacerle saber a la otra persona todo lo que la ama, aunque sea con el gesto más mínimo y cotidiano de demostración de amor, un beso de despedida. Todas estas afirmaciones son reales en nuestra sociedad chilena y quizás en muchas otras.
Ahora quiero hacer presente lo ridículas que suenan todas esas afirmaciones.
¿Por qué el solo hecho de que una persona se despida de un beso en la calle de la persona que ama es digno de ser felicitado? ¿Por qué tendría que felicitar a alguien solo por ser cómo es? Vivimos en una sociedad en la que se necesita tremenda valentía para atreverse a demostrar ese mínimo gesto. Yo pensaba que no. Ingenuamente, yo pensaba que lo que se ve en ese video ya no pasaba, que la sociedad había madurado hasta un punto en el que por lo menos no se amenazara con golpes. Hasta tonto podrían decirme. ¿Acaso no vi lo que le pasó a Daniel Zamudio? ¿Acaso no leí lo de Dila Vera? La verdad es que no quería creer que eran reales los sentimientos de victimización de los que se le acusa a la comunidad LGBT. ¿Cómo lo hago ahora? ¿Cierro los ojos?
Si bien las personas intolerantes y agresivas que cometen estos actos de violencia inaceptables tienen un gran porcentaje de culpa en esta victimización, creo que si comunidad gay también comparte esta culpa.
Quizás si todos se atrevieran a caminar de la mano con su pareja las cosas no serían así. Quizás si todos se despidieran con un beso de la persona a que aman nadie pensaría que se trata de algo “anormal”. Hay que dar un paso más allá de la victimización y tener la valentía para no tratarse como diferentes. ¿Cómo se puede esperar que un tratamiento igualitario si la discriminación parte de las mismas minorías sexuales? Hay que dejar de diferenciarse. Tienen que dejar de diferenciarse.
No es distinto que dos hombres se despidan de un beso a que un hombre y una mujer lo hagan. No es distinto que dos mujeres caminen de la mano a que una mujer y un hombre lo hagan. No es distinto que un transexual y un bisexual formen una vida en común a que dos hombres lo hagan, a que dos mujeres lo hagan, a que un hombre y una mujer lo hagan. Todos tienen el mismo derecho de expresar amor en los lugares públicos, ¡al menos eso tenemos todos! No se puede dejar que el argumento de “donde yo no los vea”, o “no donde pueden haber niños” sea una limitación. ¿No nos damos cuenta que nosotros mismos nos quitamos nuestros derechos al escuchar esas cosas? Si a alguien no le gusta ver como alguien se come una hamburguesa, ¿va a exigir que no se la coma en frente de él? Si ser homosexual no es malo ni bueno, ¿qué importa que lo vean niños, adultos o ancianos? ¿Qué importa que mi hijo nazca gay?
Sé que la mayoría sabemos estas cosas, pero no basta con saberlo, hay que empezar a vivirlo. Solo así es posible lograr un cambio social importante.
Pero claro, para vivir estas cosas es necesario hacer sacrificios que nadie puede exigir a nadie. Lo más probable es que las primeras personas que se atrevan a vivir sin ninguna distinción sean víctimas de agresiones, ataques, incluso podrían terminar muertos. ¿Cuántos mártires tendrán que existir para que podamos hacer este cambio? ¿Será posible hacerlo sin ninguno? No tengo respuesta a estas preguntas, porque es evidente que yo no voy a atreverme a vivir así.
Esta carta va de manera anónima porque yo no soy tan valiente como para dar el paso del que estaba hablando. Soy cobarde. Probablemente si yo fuera gay no caminaría de la mano ni le daría un beso a mi pareja en público, por miedo. Me daría miedo que algo llegara a pasarle. Me daría miedo que algo llegara a pasarme a mí. Me daría miedo que algo llegara a pasarle a mi hijo, a mi hermano, a mi amigo. Yo no tengo la valentía que se necesita para hacer el cambio y es por eso que no se lo exijo a nadie. Esta carta es una mera opinión personal de lo que debería hacerse, pero no juzgo a nadie por no hacerlo y mucho menos podría exigirlo.
Habrá especulación de la identidad de la persona detrás de esta carta. Quizás soy homosexual, quizás soy heterosexual. Quizás soy bisexual, gay o lesbiana. Quizás soy transexual. Quizás soy joven, quizás soy viejo. Quizás conozco a un homosexual. Quizás mi hermano es homosexual. Quizás lo es mi hijo. Quizás mi mejor amigo. Quizás soy un médico, un abogado, un político, una ingeniera, un comerciante, un locatario, una profesora, una dueña de casa. Quizás soy hincha de la U, quizás del Colo, de la Cato, de Wanderers o de otro equipo. Quizás me gusta salir a trotar, quizás prefiero ir al gimnasio, hacer pilates o jugar una pichanga. Quizás hoy te ayudé en algo, quizás te vendí algo, quizás te atendí en alguna tienda, quizás solo te sujeté la puerta y te sonreí.
Estamos todos juntos en esto. Por qué no voy a dejar que alguien le dé un beso a alguien que ama en la calle. ¿Me importa tanto? ¿Me afecta tanto? ¿Es más importante mi derecho a “no ver” algo, que el derecho de ellos a amarse? Quizás hay gente que piensa que sí y eso me da pena. Me da pena por esa gente que no podrá despedirse de su pareja de la forma que quiere. Alguna vez escuché que todas las despedidas, por cotidianas que sean, pueden llegar a ser despedidas definitivas. ¿Me creo tan importante como para impedir que alguien pueda estar tranquilo sabiendo al menos que pudo darle un beso de despedida a su pareja, pensando que esa despedida puede ser definitiva?