Señor Director:
En su columna de ayer, el obispo González cita extensamente un comentario del Papa sobre teoría de género, en el que se responsabiliza a dicho pensamiento de incurrir en una manipulación de la naturaleza dual de la humanidad: “Hombre y mujer los creó” (Gn 1,27).
Las concepciones de género y de orientación sexual, dos conceptos que el obispo confunde, nacieron de la necesidad de libertar las verdaderas expresiones de la naturaleza humana, salvando la experiencia personal de papeles preconcebidos, desencadenándola para que pudiera expresarse según la identidad que cada uno encuentra dentro de sí. Primero fue la realidad, después la teoría.
La vivencia de la orientación sexual minoritaria es tan natural como la de aquella mayoritaria; la expresión de género diversa —que contiene rasgos que desde el punto de vista tradicional serían propios del sexo contrario— es tan natural como la expresión de género anclada en el estereotipo. Las personas son así, se sienten así desde la infancia, su identidad se funda en su propia naturaleza, sin manipulación de ninguna especie.
No estamos hablando de una conducta. Tanto la homosexualidad, como las “mujeres masculinas” o los “hombres femeninos”, pasando por la transexualidad y la intersexualidad (el antiguamente llamado hermafroditismo) han existido a lo largo de la historia y a lo ancho del mundo, incluso en las sociedades más represivas. Acusar por tanto que la reivindicación de su dignidad y sus derechos es resultado de una teoría es ceguera.
La jerarquía eclesiástica tiene un historial en su capacidad de cegarse ante la realidad humana y la evidencia científica, haciéndose parte de un rosario de cruentas discriminaciones, la del “género” femenino incluida.
La obcecación de la jerarquía no es inocua, pues es responsable en cierta medida de que a millones de habitantes de “países católicos” se les prive de sus derechos y de que cientos de miles de niños y niñas sufran a causa del bullying de género. Ellos no tienen por qué pagar en marginación, violencia y humillaciones la rigidez cultural, compartida por un grupo de hombres que insiste en aplastar el sano surgimiento de la identidad con el peso de una tradición a todas luces equivocada.
Pablo Simonetti
Fuente: El Mercurio