De forma inédita en sus 45 años de historia revista Qué Pasa llevó en su edición  Nº 2415 a una mujer trans en su portada.

Alessia Injoque (35), la mujer trans de la portada, escribió en enero pasado a Iguales pidiendo consejos para realizar su transición dentro de la empresa donde trabaja. La fundación no solo la acompañó en este proceso, sino que brindó charlas de sensibilización en su lugar de trabajo.

¿Aún no lees la entrevista? Te dejamos aquí el texto que puedes leer también en Qué Pasa.

 

Por Nicolás Alonso // Fotos: Sebastián Utreras Julio 21, 2017

En las paredes están los recuerdos, fotos de otro tiempo, otra vida: Alejandro y Cossete. Las imágenes bajan por las escaleras —una playa turquesa y ellos abrazados; un viaje en el que fueron felices; la noche en que se casaron en Lima— como un camino que llega hasta el primer piso y entra en el living de la casa. Cossete está en su habitación y prefiere quedarse allí; Alejandro ya no existe. La casa es blanca y grande, y en el living, sentada en un sillón verde, está ella, Alessia.

Tiene puesta una blusa negra y unos zapatos lila adornados con una flor. Los rulos negros caen sobre su rostro pálido. Lleva una pulsera de brillantes que le regaló su esposa, y una cadenita en el cuello con su nombre. De todas las batallas, nunca pensó que le costaría tanto esa: encontrar, a sus 35 años, un nombre que fuera suyo y de nadie más.

Una tarde de abril del año pasado, su mujer se lo dijo:

—Te deberías llamas Alessia.

Ella se puso a llorar. Aunque tuvo que sobrellevar todo un año más yendo a su trabajo vestida de hombre, esa tarde nació Alessia y murió Alejandro Injoque. Entonces decidió escribirle una carta como despedida, sus últimas palabras a la persona que había sido. Ahora la tiene sobre su falda, y no es capaz de leerla sin quebrarse. Lo hace lentamente.

Te quiero mucho, Ale, tú dabas la cara al mundo cuando yo moría de miedo de existir —lee Alessia, y tiene que detenerse—. No sé qué irá a ser de mí, no sé si lograré todo lo que hubieras logrado…

Esa carta, que escribió en octubre del año pasado, fue como un ritual para enfrentarse a lo que debía hacer: convertirse en la primera persona con un cargo de jefatura en vivir una transición de género adentro de una empresa chilena. Llevaba trabajando en Cencosud desde 2010, y su cargo era jefe funcional SAP, una especie de arquitecto de los sistemas de la empresa. En su trabajo tenía que lidiar con decenas de clientes del holding, y realizar la modernización de sus procesos. A su cargo tenía un equipo de cinco personas, todos hombres, y no estaba segura de que ellos, ni sus clientes, ni sus propios jefes fueran a entender que, en vez de Alejandro, un día sería Alessia.

Llevaba más de un año viviendo como ella en su casa, y como él en su trabajo. A su esposa le costaba aceptarlo, pero el amor los mantenía juntos. De novios, le  había confesado que, a veces, necesitaba vestirse de mujer para sentirse bien, y ella había aprendido a quererlo así. Pero las cosas, en el último tiempo, se habían vuelto más complejas. Alejandro sufría cada vez más al vestirse de hombre para ir a trabajar; su apariencia era cada vez más femenina. Una noche, después de tres décadas sin atreverse a aceptarlo, fue capaz de decir las palabras: Tal vez soy transgénero.

“Yo soñaba con que era una niña, rezaba para ser una niña, me imaginaba escenas de ciencia ficción en que era posible”.

—Llegó un momento en que tuve que reconocerlo, en que cada paso que daba en esa dirección me hacía feliz. Pero tenía mucho miedo a que me marginaran, a que la gente ya no quisiera trabajar conmigo, a que todos se burlaran a mis espaldas —dice Alessia—. Fue algo que siempre estuvo adentro mío, pero es muy duro admitir que eres trans. Si lo pronuncias se vuelve verdad y yo no me atrevía a hacerme cargo de eso. Tenía que negarlo. Siempre fui Alessia, pero Alejandro me hizo sobrevivir.

Se lo dijo a su esposa, la única persona en el mundo que nunca lo despreciaría, y ella lo siguió queriendo. Pero lo realmente difícil estaba por venir: ¿Cómo hace un ingeniero industrial de 35 años para atreverse a decirle a sus jefes y a sus compañeros de trabajo, en una empresa en donde nunca ha visto siquiera a una persona homosexual y que no cuenta con ningún protocolo para un caso así, que en realidad es una mujer transgénero? ¿Con qué palabras puede contar su historia?

Lo que hizo Alejandro fue una carta Gantt con los pasos que seguiría durante dos años. El camino incluía estudiar maquillaje, encontrar su voz femenina, comenzar un tratamiento de hormonas, aprender a quererse de nuevo, atreverse a salir a la calle y, sólo entonces, un día conversar con su jefa. Su hoja de ruta anticipaba dos finales: uno era ser feliz, el otro dejar Chile para siempre.

 

***

 

Es un martes por la tarde y las oficinas de Cencosud en el mall Florida Center están vacías. El lugar es un gran galpón común, en donde trabajan ochocientas personas. Alessia camina entre los computadores y sus tacos repican contra el suelo. Son las siete de la tarde y ella se ha quedado resolviendo un problema de un cliente importante. En general, su trabajo se trata de eso: analizar los procesos de las distintas empresas del holding, estudiar las miles de variables de su sistema de producción y distribución, encontrar sus debilidades, proponer un cambio.

Empezó en eso en 2007, cuando se mudó desde Perú, donde nacieron él y su esposa, a Santiago. Ya había vivido desde los siete a los trece años en Chile, luego de que su familia emigrara por el terrorismo. En esos años, recuerda, ya sentía a Alessia adentro suyo, y sus padres, dos fervientes evangélicos, no sabían qué hacer cuando lo encontraban maquillado de mujer.

Aunque no existe ninguna cifra sobre la cantidad de casos en Chile, se estima que el 90% de los transgéneros no acceden al trabajo formal.

—No hay ningún momento que recuerde en que no haya sentido alguna desazón. Recuerdo haber querido ser niña en el jardín. Recuerdo haber querido ponerme la ropa de mi mamá. Pero tenía muy claro que aunque quisiera ser niña, había nacido niño y eso nunca iba a poder ser.

—¿Cómo era para un niño sentir eso?

—Es complicado, sientes que hay algo que esperan de ti que no cuadra. Yo soñaba con que era una niña, rezaba para ser una niña, me imaginaba escenas de ciencia ficción en que era posible: intercambio de cerebros, cosas así. ¿De dónde nace eso? ¿De la hormonación, de la genética? No lo sé. Pero es algo que estuvo en mí desde siempre. Nunca me pillaron cuando me vestía con la ropa de mí mamá, pero sí maquillado, porque no me lo podía sacar. Tenía cinco años.

—¿Y alguna vez se fue ese sentimiento?

—Siempre estuvo presente, no recuerdo ningún momento en que desapareciera, ni siquiera con mis enamoradas. Yo era un chico normal, tenía amigos, me iba bien en el colegio, era muy bueno para los deportes. Pero eso seguía estando en mi cabeza aunque lo reprimiera, y creía que nunca me iba a atrever a decir que yo era transgénero. Para mí, eso era como decirle a todo el mundo que me repudiara y discriminara, que me consideraran una basura.

—¿Sabías que iba a suceder algún día?

—Yo a los 14 años empecé a travestirme. Juntaba plata, me compraba ropa de mujer, y después me odiaba y la botaba. Y otra vez compraba ropa y la botaba. Sentía mucho miedo.

—¿De qué?

—De nutrir ese deseo en mi cabeza, que yo quería tapar.

—¿Cuándo se volvió más fuerte?

—Llegué a admitir que era travesti en mis veinte, y se lo dije a mi esposa. Pero jamás me dije a mí misma “yo soy trans”, no había forma de que pudiera admitirlo. Sabía que era algo que estaba ahí, con lo que debía tener cuidado, pero también era muy poderoso para motivarme.

—¿Para motivarte a qué?

—A estudiar, a trabajar y a ahorrar. Lo hice durante toda mi vida, pensando en el momento en que ya no iba a poder ocultarlo nunca más, y me iba a quedar sin empleo.

 

***

 

El primer paso del camino de Alejandro para convertirse en Alessia fue ir a terapia con la psicóloga Francisca Burgos, reconocida por haber acompañado el proceso de una treintena de personas trans. Sus casos suelen ser complejos: aunque no existe ninguna cifra sobre la cantidad de casos en Chile, se estima que el 90% de los transgénero no acceden al trabajo formal, y que tienen diez veces más propensión al suicidio. La mayoría abandona sus estudios en el colegio por el fuerte nivel de agresión que sufren, y quienes los terminan no son aceptados en casi ningún trabajo. Muchos sobreviven como peluqueros, y otros tantos se ven forzados a prostituirse para poder vivir.

Los que son profesionales, no revelan su identidad trans en sus trabajos. Por eso, cuando Alessia le pidió ayuda para hacer su transición en Cencosud, Francisca no supo qué hacer. Consultó a otros psicólogos y ninguno conocía un caso así en Chile, ni se atrevían a aventurar qué tipo de reacción podía tener la compañía. Entonces le sugirió que se pusiera en contacto con la Fundación Iguales, que podía conocer experiencias internacionales, y respaldarla si las cosas se complicaban con sus empleadores. Alessia, por su parte, tenía su propio plan de contingencia: en paralelo a su proceso, su esposa realizaría un viaje a Canadá a buscar trabajo, mientras ella se atrevía a enfrentar su peor pesadilla: que una multitud de personas alrededor suyo de enteraran, a la vez, de que era trans.

“Para un trans, ser tratado como alguien normal es un privilegio en Chile. Yo sé que algún día también se me van a cerrar puertas”.

El resto de la carta Gantt avanzaba según lo previsto: comenzó a ir a la fonoaudióloga, a tomar hormonas, y se inscribió en baile girly, para aprender a moverse como una mujer. También empezó un curso de maquillaje, en donde se presentó como Alessia por primera vez frente a otros.

—Al principio estaba muerta de miedo, pero se me fue pasando. Los viernes, a la salida del trabajo, me iba a mi casa, me ponía mi ropa femenina y me iba a maquillaje. Empecé a ser feliz solamente por estar allí, por ser yo. En diciembre fuimos con mi esposa a Europa, para ser Alessia por un mes. Necesitaba ganar confianza, sacarme esa transfobia que tenía internalizada. Cuando te dicen que eres basura, te queda adentro, aunque en realidad no lo creas. En ese viaje fui muy feliz, pero no quería regresar. Me pesó muchísimo tener que volver a disfrazarme de Alejandro.

Cuando regresó, empezó a diseñar con Emilio Maldonado, director ejecutivo de Iguales, la mejor forma de comunicárselo a la empresa. Decidieron esperar a que pasara marzo, el mes de evaluación de desempeño en el holding, para que diera el paso de hablar con su jefa, la subgerenta de sistemas, Verónica Valdés. Se atrevió a cruzar esa puerta un viernes a las cinco de la tarde, luego de pasar días ensayando un discurso que olvidó nada más al comenzar. Su jefa escuchaba en silencio.

—Le dije que no iba a renunciar, pero que era algo relacionado con el trabajo, y me empecé a dar vueltas y perdí el hilo completamente. Que era un tema personal, que necesitaba ayuda, no sabía cómo decirlo. Me puse a llorar, y al final dije: “Soy transgénero. ¿Sabes qué es?”.

Verónica sí sabía, y lo que hizo fue abrazarla. Alessia aún se emociona cuando lo recuerda: que le haya dado su apoyo sin consultarlo con ningún superior fue importante para ella. Entonces se activó el proceso: tuvo que contar su historia en recursos humanos, y el caso fue escalando por todos los niveles del holdinghasta su presidente. Horst Paulmann consultó cuán bueno era el desempeño de Alessia, entonces todavía Alejandro, y no se opuso a que la ayudaran. Pero no existía un mecanismo: pese a que la empresa tiene en su memoria una declaración de inclusión que habla de identidad de género, no tenía ninguna política para actuar en un caso de transición. Entonces le pidieron a Iguales que les ayudaran a diseñar un proceso, y a su vez estos los contactaron con Walmart, que ha tenido siete transiciones en los últimos años, pero no en cargos de jefatura.

—Tuvimos varias reuniones, y les dijimos que lo más importante era educar a la gente que trabaja con Alessia, porque por más que tú les digas “ahora ya no es más Alejandro”, sin una conversación abierta y conocimiento del tema se iba a generar un comidillo que le iba hacer las cosas muy difíciles —dice Emilio Maldonado, de Iguales—. Ellos sabían que tenían que hacer las cosas bien, porque era claro que en una organización de 140 mil personas esto iba a hacer que aparecieran más casos, y necesitaban crear una experiencia protocolizada para los que pudieran venir después de Alessia.

En esas reuniones acordaron que Cencosud enviaría una circular de no discriminación a los cinco países en que tiene presencia el holding, y la fundación haría dos charlas en las oficinas de la empresa sobre identidad de género. También que Alessia tendría una credencial con su identidad femenina y ocuparía el baño de mujeres, y lo más importante: que el día anterior a su transición ella misma se encargaría de dar cinco charlas, una detrás de otra, y a un total de 88 trabajadores de su área y clientes importantes, contando su historia. Ese día sería el lunes 3 de julio.

La fecha no era trivial. Al día siguiente, Alessia cumpliría 36 años, y todos sabían que ella soñaba con que, por primera vez en su vida, le cantaran “Cumpleaños Feliz” a la mujer que llevaba adentro.

 

***

 

La noche anterior casi no pudo dormir. No era la primera vez: cada lunes, durante los últimos meses, sufría por tener que volver a ser Alejandro. Los fines de semana iban al cine o a comer con su esposa, y temía encontrarse con algún compañero de trabajo. Que lo vieran así, que se corriera la voz, que todo se derrumbara. Ese domingo había trabajado en su charla, la había ensayado con un grupo de personas trans con las que se juntaba a darse apoyo mutuo, y hasta había preparado un video por si no le surgían las palabras. Pero seguía teniendo miedo de que todos se burlaran de ella.

Parecía mentira, pero justo cuando se iba a atrever a decirle al mundo que siempre se había sentido una mujer, y a pedir que la aceptaran, los medios hablaban de un bus que venía a Chile para gritar por altavoces que la identidad de género era una ideología para confundir a los niños. Que las personas trans eran mentira. De todas formas, ya estaba lo suficientemente asustada como para preocuparse por eso. La mañana de ese lunes se puso su camisa rosada y su pantalón beige, que esperaba usar por última vez, y llegó temprano a la oficina. Lo primero fue contarle a su equipo de trabajo.

Entonces vino el momento. Sesenta trabajadores de su piso, muchos de ellos desconocidos, fueron copando el auditorio. Ella los vio entrar, asustada. La gerente de su área habló primero, para recalcar el compromiso de la empresa con la diversidad, mientras se le aceleraba el pulso. Entonces escuchó las palabras que dieron inicio a la mañana más difícil de su vida.

–Bueno, Ale tiene un proyecto que quiere contarnos…

Alessia caminó al frente y, en la voz de Alejandro, empezó a hablar:

—En marzo del año pasado comencé un proyecto, que no sabía dónde me llevaría…

Entonces partió la charla que había ensayado durante meses. En ella, habló de Martin Luther King, de nuestra aversión al cambio, de cómo la neurociencia explica el miedo por lo diferente, de cómo ese miedo puede llevarnos a que veamos a alguien distinto como si no fuera una persona.

En un video de ese momento que grabó un compañero de trabajo, se la ve hablando durante veinte minutos y sus palabras se van volviendo débiles; cada vez parece más pequeña. Cuando llega el momento en que tiene que explicar qué significa ser transgénero, su voz es apenas un hilo.

—Me ha costado mucho llegar a este momento, pero hoy me toca contarles que… yo soy transgénero —dice y entonces se detiene un instante, en medio de un silencio enorme—. Aprendí a comportarme como hombre porque me enseñaron que lo opuesto era pecado, que era enfermo, que tenía que suprimirlo. Yo no quería ser una persona rechazada, quería tener amigos, tener una carrera, sueños… Entonces aprendí a suprimirlo, al punto de que fue imperceptible.

Las palabras van saliendo de su boca de a poco, como si fueran rajando una sustancia densa. Hablan sobre lo que se siente vivir actuando, sobre el dolor de esconderse de uno mismo. Sobre las fantasías de algún día curarse, aunque eso signifique dejar a otro viviendo en su lugar.

—Después de mucho darle vueltas, he llegado a la conclusión de que no hay nada malo en mí. Ser transgénero no es una enfermedad y no hay nada que curar —dice, por último, y entonces decide presentarse—: Mi nombre es Alessia. Les pediría que se puedan imaginar todos mis miedos, las burlas dan vuelta por mi cabeza. Espero que recuerden que soy una persona con que trabajaron, con que resolvieron problemas, y que les tiene la misma estima que les tenía ayer…

Entonces reproduce su video. Suena la melodía de un piano, y en la pantalla se lee: “En marzo de 2016 comencé la aventura más grande de mi vida”. En la pared se ve su carta Gantt, en que se propone ser valiente. Un video la muestra bailando, aprendiendo a moverse femeninamente. Su viaje por Europa, sus compañeras de maquillaje, y al final seis palabras: soy libre, soy feliz, soy yo.

Cuando termina, todos aplauden de pie y ella se pone a llorar. Entonces, alguien en el público se levanta y dice: ¡Esto está mal! Ella lo mira. ¡No puede ser que estés sola adelante! Y lo ve levantarse de su asiento y caminar hasta allí, hasta donde está ella, y abrazarla. Otros también lo hacen; la sala entera, de pronto, está parada junto a ella, que acaba de convertirse en una mujer.

—Ha sido el momento más increíble que he vivido, no podía creerlo. Es como una película… ¿no? Me escucho decirlo ahora y suena como una cosa que no pasa. Y me pasó a mí.

 

***

 

Son las siete de la tarde de un miércoles, y el vagón de la Línea 5 del metro va repleto de personas que regresan de sus trabajos. Entre ellos va Alessia. Aunque mide un metro setenta, los tacos la hacen ver alta. Lleva una blusa blanca y un abrigo negro. Ha pasado una semana desde que hizo su transición, y las cosas han ido bien. Al día siguiente de ese lunes, cuando llegó a la oficina habían dejado en el escritorio un peluche que decía “Feliz cumpleaños, Alessia”. En su casa, su esposa y sus amigos también la celebraron con un pastel que llevaba una vela que era un número cero.

Algunas personas la miran en el vagón, como otros la miran también en el trabajo, pero no le importa. Se siente bien entre la gente, aunque el miedo a ser agredida es una sensación que no se ha ido del todo. Y tal vez nunca se vaya. Esta semana, la primera de su vida como Alessia, la polémica generada por el bus en contra de la identidad de género ha aumentado el nivel de agresión contra personas trans, tanto en la calle como en las redes sociales. Ella ha tratado de estar ajena a todo ese ruido.

—¿Puedes entender la transfobia?

—Sí, es complejo, pero entiendo de dónde viene. Todos tenemos algún nivel de resistencia al cambio, y hay personas que se aferran y sienten que cualquier cambio es una amenaza para su existencia. Las personas trans desafiamos conceptos, y hay gente a la que eso le aterroriza. Yo cuando estaba adentro del clóset pasé por una época en que se me hacía completamente insoportable ver a alguien afeminado, por el esfuerzo que hacía para reprimir eso adentro mío. Esa proyección existe.

—¿Qué piensas de quienes apoyan el bus?

—Yo creo que no hay que censurarlos, la libertad de expresión sólo existe cuando una postura contraria, por despreciable que sea, puede expresarse. Claro que el mensaje que dan es sucio. Yo pienso que eso de hablar de “ideología de género” es un hombre de paja para poder decir “odio a las personas de minoría sexuales y quiero que desaparezcan”. Como no pueden decir que odian a personas, hablan de ideología. Esa hipocresía me da rabia. Pero tal vez sea bueno que haya sido tan visible, porque cuando la gente ve un odio así de explícito entiende que no puede estar de ese lado.

Mientras dice eso, va atravesando el Parque Forestal, rumbo a sus clases de baile. Es de noche, y eso a veces le da susto. Teme que la hostiguen por ser mujer, y luego la agredan al darse cuenta de que es trans, una historia común en el grupo de personas transgénero al que asiste desde que empezó su proceso. En él ha conocido una pobreza que ella, atípica por tener una carrera profesional, nunca había visto.

El principal problema es el trabajo, y la mayor barrera de entrada es la dificultad de cambiar de nombre y sexo registral. Como Chile no tiene Ley de Identidad de Género —el proyecto, luego de cuatro años de polémica, fue aprobado recién el mes pasado por el Senado—, la posibilidad de cambiar de identidad depende de la voluntad de los jueces, en procesos caros y que muchas veces implican hacerse exámenes psiquiátricos e incluso físicos, en el Servicio Médico Legal, en donde les evalúan los genitales. El proyecto de ley, que mantiene la necesidad de exámenes psiquiátricos, permitiría que un adulto pueda solicitar su cambio de género directamente en un registro civil. Los menores de edad, aun apoyados por sus padres y médicos, no podrán acceder a ningún tipo de cambio.

—El nivel de pobreza que ves en este mundo es otro, yo no conocía algo así. Las chicas no tienen empleo, no tienen sistema de salud, no tienen nada. Ves la desesperación en sus rostros —dice Alessia—. Es muy difícil esto. Para un trans, ser tratado como alguien normal es un privilegio en Chile. Yo estoy bien, pero sé que también algún día se me van a cerrar puertas.

—¿No te da miedo arrepentirte?

—No podría. Porque a pesar de las dificultades, me veo al espejo y soy yo. Es increíble sentirte identificado con quien eres. Hasta lo más rutinario me parece increíble. El otro día llegué del trabajo y lo puse en Facebook —dice, y muestra su celular.

El mensaje en su muro, publicado a las ocho de la noche del lunes pasado, dice:

Hoy fue un día común y corriente, trabajo, reuniones, lo de siempre. Pero hoy soy Alessia y soy feliz.

 

***

 

Alessia termina de leerle su carta a Alejandro, sentada en el sillón verde de su living, y se queda mirando la tinta azul de las palabras. Es la noche de un viernes, y esa mañana ha tenido que hablar frente a setenta personas, otra vez, como parte de las capacitaciones organizadas por Iguales para el personal de Cencosud. Ha vuelto a contar su historia, se ha emocionado, la han aplaudido otra vez. Al final, le han hecho preguntas y le ha costado responder una: por qué su esposa sigue con ella. Entonces ha intentado, titubeante, explicar que el amor no se trata sólo de los cuerpos.

Pero le da susto que no funcione, para que su felicidad sea completa la necesita a su lado. Dice eso con tristeza, porque sabe que para Cossete no es fácil, aunque lo está intentando. Ni siquiera lo es legalmente: si el proyecto de ley de identidad de género se aprueba como es hoy, cambiar su nombre y sexo registral significaría la disolución automática de su matrimonio. De ser así, dice Alessia, llevará el caso hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos si es necesario. Hace un tiempo, vio con ella La chica danesa, para intentar mostrarle que el amor de otros ya había superado lo que debía el suyo, pero se arrepintió. Pensaba que la película tenía un final más feliz.

Ahora Alessia sigue mirando la última carta que le escribió a Alejandro, y dice que le cuesta entender lo que ha vivido estas semanas. Que los miedos se disipen así. Ser, de pronto, quien siempre quiso ser. En un mensaje enviado a su teléfono, Cossete explica, para este texto, que sigue junto a su esposa porque la quiere mucho, y porque la familia tiene que estar para apoyarse en todo. Este fin de semana, harán juntos un ritual para despedirse, por última vez, del recuerdo de Alejandro.

—Yo quise contar mi historia, porque quiero que otra gente sienta que hay un camino para seguir, que otra persona vivió esto y sobrevivió —dice, de pronto, Alessia—. Que la gente trans puede ser feliz. Quiero que la gente de mi edad, que está como estaba yo en mi trabajo, se atreva a salir de ahí.

Luego da vuelta la página, y comienza a leer una segunda carta, la última que escribió Alejandro. Va repasando, lentamente, las palabras que él le dejó a Alessia antes de partir. Afuera, pronto empezará a nevar.

Sabes, pensé que nunca serías más que un sueño, una visión de un mundo paralelo, o una ilusión destinada a morir. Estoy feliz por ti, quería decirte que no te preocupes. Respira hondo, las cosas pueden resultar duras y seguro que te darán lágrimas en el camino, pero la dificultad hace más valioso el logro. Tú vas donde pocos han ido, y tienes las posibilidades de generar cambios sólo por existir. Vive por los dos una vida genial, llena de felicidad. Cualquier cosa sabes dónde buscarme.